Crítica al individuo aburrido.

Creado: 22/3/2012 | Modificado: 3/3/2021 3640 visitas | Ver todas Añadir comentario



El aburrimiento. Crítica al individuo aburrido.

El tedio es una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los ociosos.
Los aburridos pasan por la vida de puntillas, como no queriendo hacer ruido.
Me asomo a la ventana, y sólo veo un mundo plagado de sensaciones. ¡Cuán grande mi apetito de aprendizaje, cuán corta la vida para satisfacerlo!

La misión del individuo aburrido es cercenar el día, aniquilarlo sin sobresaltos. Por el contrario, una natural maldición se cierne sobre el individuo curioso y polifacético: la imposibilidad de culminar todas sus pretensiones de aprendizaje. La curiosidad infinita únicamente es satisfecha  a partir de la disposición de un tiempo no finito, así que la mayor frustración de los tipos de carácter expansivo y emprendedor es verse sometido a los designios del tiempo. No les queda otro remedio que resignarse. El mismo día que dejen de asimilar conocimientos habrán necesariamente de extinguirse.

El simple acto de aburrirse conlleva un inherente ultraje a la disponibilidad de nuestras capacidades: al no activarse, se marchitan, se desperdician. La vida se presenta como demasiado interesante como para perderse en un lugar donde el frío del vacío arruina cualquier atisbo de cálidos y sugerentes pálpitos. La disposición y el gusto por la ilustración y la asimilación de conocimientos y habilidades es una virtud ciertamente envidiable. Maravillosa.

El arquetipo letárgico, en cuanto a individuo emotivo y activo, constituye una negación en sí mismo pues sólo ocupa espacio, y cual objeto inerte se reduce a pieza de un simple decorado, no es actor principal ni tampoco de él brotan palabras con sustancia ni mucho menos ideas originales. Todo una afrenta a la teoría darwiniana: no evoluciona.

El aburrimiento constituye la apatía del ser, una pérdida lamentable del tiempo; psicológicamente no es desarrollo, físicamente es abotargamiento. En esencia, se cataloga como un auténtico despilfarro: como derramar gota a gota el elixir de la vida, dejándolo deslizarse suavemente hacia los desagües. Incluso el sufrimiento prepara para la vida mucho más que la inactividad, pues este provoca una reacción vital de defensa y de contracción que no provoca el hastío o el cansancio de vivir. La sensación de aburrimiento o decaimiento, como afección malsana del espíritu, no implica ni emancipación física ni emocional. El sufrimiento moldea el carácter, por el contrario la falta de motivación o desgana nos condena a transitar sobre la superficie de las cosas, sin profundizar, sin horadar el terreno, sin llegar al núcleo, al meollo o significado último de la existencia de cada objeto, disciplina artística, intelectual o deportiva.

El aburrido no negativiza pero tampoco aporta, sólo vegeta; socialmente es un caso sangrante pues no contribuye al mejora de la sociedad, un ser rendido a las inclemencias del tiempo, que no lucha, mas bien se cruza de brazos y contempla con desconcierto los pasajes de la vida transcurrir por delante de sus narices actuando como si nada le afectara, sin enervarse, sin pestañear. Es un peatón lento, de marcha pesada, que deambula sin destino fijo, sin proyecciones vitales dignos de mención.

El tipo lánguido y perezoso no considera la necesidad de una vida longeva como estimulante, no la soporta; sin embargo, el entusiasta, que es su contraimagen, desea desplegar las alas de su imaginación y accionar todos sus recursos para interaccionar con la naturaleza con la finalidad de confrontar su tierna verdad con la realidad aparente. El entusiasta experimenta, se cultiva, corre, se implica en proyectos, discute, debate, medita, contradice, niega, se exalta, pues él mismo se conforma como denominación íntima del verbo: es acción pura. El entusiasta es la carga o detonador, el que transforma el entorno y a sí mismo, un forma evolutiva inteligente que convive en simbiosis con su entorno y se alimenta de él, al tiempo que lo perfecciona; el individuo letárgico, insípido, cáustico simboliza la mecha, un triste y extático cable, cuyo albedrío pertenece a la voluntad del viento. Sólo los golpes del azar dirigirán sus movimientos.

El entusiasta es una probeta de ensayo en permanente ebullición, un conflicto para la perdurabilidad de leyes inmutables, pues aquel no sólo pone en tela de juicio sus potencias, también revela los defectos de la sociedad. Cargado de esencias dispares, mezclas sin confirmar, se arrima a la eternidad en cada instante en que cruza la frontera de lo desconocido.

Los inteligentes y audaces construyen sobre la nada, despertando con fruición sus fragmentos de genio. Y es que la agudeza del genio no es alquimia elegante procedente de afortunada genealogía, sino que es extracto originario del empeño constante. De un 99% de transpiración consecuente. Todos tenemos algo de genios, pero la pereza y la falta de motivación nos oculta esa verdad indiscutible.

El tedioso cuando experimenta un deseo, cuando sueña o medita, lo hace con tan poco fiereza e intensidad que no logra remover sus concepciones mentales. Idealiza pero sus sueños de triunfo son pura fantasía, luces ficticias; no ansía, se apasiona, no anhela, sus deseos son meras ilusiones como orgasmos ligeros que derivan en un final precoz. Adolece de ímpetu, nervio, le falla la convicción y la seguridad en sí mismo. Todo lo hace con timidez, con pusilanimidad. No camino enhiesto sino que avanza dubitativamente arrastrando sus ojos por el suelo como dibujando con la mirada la línea de un fracaso anticipado. Teme a la decepción y hasta el triunfo, pues sus glorias son simples días de asueto en el que ningún estímulo exterior le perturba.

El inactivo e inapetente no puede amar con solvencia, pues el acto de amor es cómplice de la acción arriesgada, amigo de la revolución y la sublevación y el aburrido carece de todo estímulo motivador, mas bien prefiere replegarse sobre sí mismo cual autista que masculla palabras ininteligibles en su cubil. Si fuera animal se identificaría con un caracol: parsimonioso que se guarece de las tormentas mundo bajo la concha de espirales inequívocas. Su falta de amor es la cadena pesada que le hace transitar con lentitud, como trabado por unos pesados grilletes. Concluimos en que el aburrido, no estimulado, no puede sentir ningún tipo de pasión, ni sentimiento intenso, pues de otro modo instantáneamente abandonaría su estado de fastidiosa ingravidez para colisionar con su imagen antagonista: se aniquilaría.

Los verdaderos amantes no emiten bostezos ni sufren por anemias de la inspiración, como mucho de arritmias transitorias controlables. El amante vive en un estado de efervescencia constante, en un permanente éxtasis de los sentidos que no duda en exteriorizar. Se defiende del tedio con entereza, protege su fortaleza y vislumbra sus peligros en lontananza. Antítesis del malhumorado y quejica, que permanece cautivo en su pequeña jaula lanzando exabruptos; del pesimista, cuyas verdades del mundo le acongojan; del agriado, del abatido, siempre bajo de fuerzas; del melancólico, cuya bilis negra sólo regurgita nostalgias sin sentido; y del vil, que encuentra en la malevolencia un signo de distinción.

El amante es el mayor triunfador de la naturaleza.

El sujeto aburrido es un cactus abandonado en un desierto de arena inmenso, un extraño decorado alojado en un teatro en ruinas, un brote arraigado en un terreno ingrato, sin atmósferas ni vientos que lo azoten. Desvalido, se alimenta, respira por obligación, habla pero no conversa, apenas opina, sólo repite estribillos untados por los convencionalismos, se une al fervor de las masas, y se licua dentro de ellos cual gota en un charco de heterogéneos detritos. El apasionado cultiva sobre la superficie agreste, y en poco tiempo, modifica su aspecto, de árida y gris a verde y floreciente. No teme a las puyas de las tormentas o huracanes, los desafía; tampoco a los calores tórridos: ama los contrastes. Entiende las mudanzas como posibilidades. En suma, siempre se encuentra en guardia para derrotar los azares atmosféricos o a las paranoias del destino. El monótono sólo gira su cabeza, a un lado y a otro, para comprobar que todo cumple sus expectativas de orden. Tras ese soberano y curioso arrebato de energía, procede a descansar su alma para entrar de nuevo en un estado de catártico estupor. “Las cosas son como son y no se pueden cambiar” es una de las típicas frase definitorias del individuo indolente, lastrado por su soberana inconsciencia.

El aburrido mengua con el transcurso del tiempo, se escurre y se deseca, envejece deprisa; el entusiasta se mantiene joven, ágil, y se recrea alegre en sus diferentes etapas de la vida con madurez, aprendiendo a manejarse en cada situación con entereza. De hecho, el entusiasta madura con mayor rapidez debido a su disposición diaria de enfrentarse con su propia imperfección: es consciente de ella, también de sus múltiples defectos y carencias. Las lecciones aprendidas, valiosísimas, son directa consecuencia de esa incesante lucha interior. Fracasa a veces, incluso con frecuencia. No importa: se levanta con mayor presteza. De sus heridas, de sus marcas en la carne consigna sus leyendas. Se ocupa en sus pequeñas batallas y las experimenta con intensidad, como si ciertamente el mundo dependiera de sus actuaciones. Lamenta sus equivocaciones y pasos en falso, pero ante todo mira al horizonte, cada día más henchido de orgullo. Y en el acontecer de un nuevo amanecer su alma planea más alto, marchando con una perspectiva amplísima de sí misma y de su entorno.

El indiferente no soporta grandes cargas ni emocionales ni físicas. Vive sumido en un estado de permanente lactancia emocional, pues se repite constantemente en su sufrida cotidianidad. Su imagen es la de una estatua que se desgasta debido a los roces de la intemperie y que nadie cree conveniente restaurar. Abatida por los trasiegos de la voluntad de la naturaleza, poco a poco se resquebraja. Viga gris, hierro carcomido, cenizas que no harán mella, fluctuando como sombras o borrones mal trazados, sin relieve.

Aburrimiento es depresión, entusiasmo es brillantez, vigor, viveza, riesgo, compromiso.


Segunda parte.

Aquellas acciones que requieren de todo nuestro potencial, de todas nuestras energías son las más recordadas pues nos permiten reconocernos como individuos. En el fondo todos estamos solos. Así, para no quedar a expensas de las circunstancias, decidimos batallar, batirnos contra ellas. Es por ello que las amistades en guerra unen tanto. Dejan huella. Pues la marca dejada por el compañerismo en el territorio de dolor, dura para siempre.

Una meta que requiera el 100% y más allá de nuestras posibilidades nos hará escalar posiciones de forma asombrosa. Toda urgencia, toda necesidad agudiza el ingenio. Prepárense para cambiar el mundo con su único conocimiento, dispóngase una meta inasequible y verán incrementar su potencial de un modo inconmensurable.

¿De qué especie forman parte? ¿Son de la clase de decaídos o los entusiastas y vivaces?, ¿cobardes con orejas gachas o los atrevidos que miran al frente desafiantes?, ¿obedientes acaso, rebeldes con o sin causa?, ¿cautivos de las circunstancias o líderes locales?, ¿pasivos, secundarios, idólatras o inquietos y dueños de nuevas tendencias de acción y pensamiento?, ¿con qué ideologías se identifican?

Dime en lo que crees y te diré quién eres.

El indiferente es un pobre aprendiz de ser humano, ignorante de las múltiples sensaciones que se pierde; dada la posibilidad ¡única! de lanzarse a la vida, de zambullirse, y experimentarla, degustarla, lo único que se le ocurre es repetir comportamientos: “no eres obra original, sino una reproducción disminuida de valor”. No desea conquistar la eternidad, sólo languidecer y retribuirse de manera triste y esporádica de los triunfos de otros. Así se constituye el régimen del anémico: pan y alubias diarias. Postre como excepción. Tarta jamás: no está hecha la miel para la boca del asno.
 

Nadie está condenado a ser un paria, ni el más exitoso de lo hombres tenía planeado su destino. Una chispa enciende un fuego infinito, una gota de agua puede provocar una inundación... Unas palabras de un amigo, un libro adquirido, una película puede constituir el empujoncito certero que cambia la vida de un individuo.



Tercera parte.

La ociosidad es la madre de todos los vicios… y de todos los viciosos.


Un individuo carcomido por la sensación de hastío, insatisfecho con el devenir de los acontecimientos, puede resultar tan peligroso como una bomba en ignición, pues la manera más rápida de desarmar el vacío existencial es tirar de elementos externos como el alcohol, el sexo, drogas, o asociarse con la sinrazón de cualquier excitante y fanático comportamiento.

Sepan que muchos expertos e historiadores coinciden en afirmar que muchos de los acontecimientos que desgarraron las delicadas hojas de la historia fueron emprendidos por individuos aburridos, insatisfechos con su condición humana. El espíritu nacionalista, el afán de conquista, la necesidad de poder les movilizaba de manera grandilocuente. Un grupo numeroso, una sola idea, un tumulto que avanza convencido, un cántico unísono que levantará a los hombres de sus literas, tronos y butacas y les devolverá la sensación de intensidad. Dentro de esa vorágine de voliciones desatadas no existe espacio para la despreocupación, cualquier movimiento ejercido, cualquier energía dispuesta se canalizará en un único objetivo: derrotar al enemigo. Así pues, dentro del marco de una contienda incivilizada, donde la muerte y la gloria infinita se presentan como recompensas, el aburrimiento y la soledad se volatilizan. Las guerras, pese a su denigrante condición, unen a los pueblos, y a pesar de que al final muchos de los componentes resultan devastados por las heridas, el deber y el honor suplantan el dolor de las pérdidas con creces.

Los individuos ocupados en tareas constructivas disponen de menos tiempo para distraerse con pensamientos nocivos: se divierten transmutando el orden en nuevas formas de perfección estética, léase funcionalidades tecnológicas en el caso del informático; para extraer colorido, sutiles líneas de belleza de la nada en el caso del artista. Su sello viene determinado por sus rasgos de creación, su peculiaridad estriba en el arte que engendra, en su solvencia para contar cosas, para imaginarlas, para amañar las reglas o despiezarlas alterando el orden establecido, para vibrar armónicamente sobre pautas inverosímiles, o levitar con elegancia cual funambulista arriesgado de puntillas sobre un filamento invisible; los entusiastas e innovadores son como espíritus acróbatas que se asoman a las alturas coqueteando con el peligro en forma de vértigo, los que ejercen labores detectivescas interrogando a la naturaleza en busca de nuevas pautas.
 

Si no existen ideales, habrá que crearlos. Los ideales son el motor de la historia. El ser humano se reconoce a sí mismo en la acción. Y finalmente se enfrenta a sí mismo cuando se acerca al abismo.


Recuerden, las personas inteligentes utilizan sus recursos para entretenerse y construir una vida a su gusto, al tiempo que van quemando etapas. Y quien ha logrado que el aburrimiento no le azote salvo en contadas ocasiones ya ha encontrado su parte del pastel en la vida. Entretenimiento y trabajo debe ser todo uno. Nuestro oficio debe ser el de entretenernos a la vez que aprendemos, a la vez que crecemos… y a la vez que se nos retribuye por ello.

¿Saben que comparten muchos de los personajes célebres y millonarios? Su éxito viene fundamentado en la pasión que rinden a su trabajo. Podrían retirarse, desprenderse de las obligaciones, evadirse a una isla desierta de tórrido clima, tumbarse en una hamaca colgada entre los troncos de dos cocoteros, y así dedicarse todo el día a lucir un moreno excepcional. Sin embargo, desechan todas las atrayentes posibilidades de ocio y deciden levantarse antes de la salida del sol para emprender sus labores cotidianas cual vulgar obrero, para llevar adelante sus ideas, sus negocios. Son ejemplos de entusiasmo. Trabajan, se exponen al fracaso, pero fundamentalmente, hacen lo que les gusta. Para ellos su trabajo es su mayor entretenimiento, su mayor pasión.
 

Ese es el fin: entusiasmarse con lo que se hace, hallar la esencia, los secretos guardados en cada tarea, pues todas las cosas poseen un encanto íntimo oculto al observador neófito. Sólo es necesario localizar la perspectiva adecuada, la que capta la radicación de ese brillo primigenio. ¿Cómo enfocar nuestro ojos para habilitar una vía desde la cual apreciarlo? Si logra encontrar de extraer belleza y habrá encontrado la fuente de la riqueza espiritual. Así pues, todo para usted, imagen, persona o cosa contendrá un misterioso encanto que logrará envolverle y hacerle partícipe de su naturaleza.


Además los entusiastas, los determinados y decididos, si lo son socialmente siempre resultan más interesantes, y encuentran mejores parejas. Son efervescentes, cajas de sorpresas, misteriosos, ingeniosos, inteligentes, dinámicos, optimistas, confiados, autodidactas, etc.

Quizás a usted aburrirse no le parezca tan grave, pero ya sabe, ¡los individuos pertenecientes a esta filosofía, la del enfrentamiento, deben ser estimulados a la acción!

Frases inspiradoras sobre el aburrimiento.


Aburrirse es besar a la muerte.

Ramón González de la Serna
Solemos perdonar a los que nos aburren, pero no perdonamos a los que aburrimos.
Duque de la Rouchefoucauld
Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora o aburrida.
Oscar Wilde
El tedio es una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los ociosos.
Concepción Arenal
El aburrimiento surge cuando el conformismo domina.
Ross
El aburrimiento es la suprema expresión de la indiferencia.
 
Ricardo León
Son menos nocivos a la felicidad los males que el aburrimiento.
Giacomo Leopardi
El aburrimiento es una enfermedad cuyo remedio es el trabajo; el placer sólo es un paliativo.

Duque de Levis
El tedio es una tristeza sin amor. 

Niccolo Tomaseo






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